Caminar por la calle en estos días y sentir que todo a tu alrededor ha sido invadido por el espíritu de la Navidad. Bueno, al menos de la Navidad como algunos la entendemos, no de ese maratón de consumismo al que muchos llaman 'Navidad' también. Hoy en día, es rara la familia que no la utilice como excusa perfecta para llenar los carros de la compra y vaciar las cuentas corrientes. Y mientras derrochamos sin sentido y nos ahogamos en cosas que no necesitamos, miles de personas no encuentran qué llevarse a la boca estos días. Pero no importa, brindemos con champagne por lo buenas personas que somos.
Y ya por no hablar de esa exaltación de la amistad que se produce cuando nos reencontramos con algún viejo conocido. Como si estuviésemos obligados a felicitar las fiestas a todos, a desearles lo mejor, a hacerles regalos, a convertirnos en esos amigos que no somos; como si con eso nos bastara para tener nuestra conciencia tranquila. Amor y fraternidad con fecha de caducidad.
Me bastaría con una Navidad en la que poder rodearme de todos los seres a los que quiero. Como una gran reunión en la que no hubiese ninguna silla vacía.
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